Prólogo:
“Cuando murió, el 22 de mayo de 1997, la virtudes de Raúl
Gómez Jattin comenzaron a correr en la Escuela de Bellas Artes y Música de
Cartagena de Indias: genio, extraordinario poeta, dominaba cinco idiomas:
inglés, francés, español, latín y griego… alguien intentó convencerme de lo
contrario… agresivo, drogadicto, homosexual”.
Contenido:
Primera impresión.
Droga, mal de cada día.
En el alma del poeta.
Brotes episódico.
“Maestro, me están secuestrando”.
El parque de Raúl.
Sentimientos de gratitud.
“Estoy enamorado, Mara”.
Concierto navideño.
En la muerte.
Epílogo
En el alma del poeta
… al tiempo que el poeta quería regalar varias copias de Los
poetas, amor mío… a sus amigos, a quienes les pedía, sin embargo, veinte mil
pesos por la copia, nos sentamos en el computador para transcribirlo de nuevo,
pues el archivo se había perdido en el mismo. Durante el dictado surgió una
entrañaba relación amistosa entre nosotros que me permitió percibir la
respiración de su alma. Le había preguntado si quería hacerle algunas
correcciones o cambios de estilo a la copia que teníamos en mano, porque
advertí en algunos de los poemas ciertos errores ortográficos y una mala presentación,
pero él me respondió que no, que lo íbamos a pasar igual como se lo habían
transcrito en la Escuela de Bellas Artes y Música de Cartagena de Indias.
“¿Cómo quieres el título?”
No me entendía. Lo ayudé:
“En letra grande y en negrita. Bonito y centrado entre los
márgenes laterales de la hoja”, y él abrió más los ojos al monitor, hacia aquel
profundo azul del programa WordPerfect 6.0 que apenas empezaba a revolucionar
la producción de textos por computador.
Me preguntó:
“¿Y el computador hace todas esas cosas?”
Le respondí que sí, pero me apuró diciéndome que lo hiciera
con el tipo de letra como yo quisiera, pero me interrumpió, y me dijo que mejor
lo dejara con la misma letra con que ya estaba escrita, Roman 10 cpi, la misma
que empleaba la impresora matriz de punto. Luego lo detuve:
“Y el título, Los poetas, amor mío…, ¿lo encerramos entre
comillas?”
Él dudó por un rato, como recordando no sé qué reglas de
ortografía. Me puso la mano en el hombro y me respondió: “No, sin comillas”.
Centré el cursor y en negrilla titulé el poemario, Los
poetas, amor mío…, y pasé a transcribir el primer poema. Pero me detuvo:
“Debajo del título, a la derecha, ponme estas palabras entre
paréntesis: Hacemos con lo imposible de la vida una belleza posible”, y me lo
repitió varias veces, con voz in crescendo.
Ya para comenzar, entonces comenzaron a surgir una serie de
preguntas sobre su existencia: ¿Quién es él? ¿Qué de su locura? ¿De dónde
viene? ¿Adónde va?
Yo broté de un muchacho atormentado y febril
que soñaba diurnos sueños de ser quien no era.
Sin proponérselo, respondía a una de mis maliciosas
preguntas. Me lo dijo con voz reposada, melancólica. El título de esa primera
página de Los poetas, amor mío…, fue “Aparición y crimen”, que de inmediato lo
asocié al mundo en que él vivía, con una escena en el que aparecían, junto al
cadáver, un delincuente, una prostituta, un expendedor de droga, quién sabe
quién más, en un andén de la calle de la Media Luna, mientras los concurrentes
eran acusados por las preguntas de la policía y la fiscalía y barridos por las
luces de las patrullas. Pero no era así, era otro diferente, el que había
cometido quién cuándo, no sé si desde su infancia, no sé si desde sus primeras
fiebres de poesía, no sé desde sus primeros síntomas de locura, pero que
irrumpía en mí con este poema:
Durante muchos años intenté construir un poema y no pude
me confundí con sus pensamientos y él enloqueció
y dentro de esa borrasca que desquicio su vida
fue apareciendo —purificado y lúcido— el poeta que soy
en la memoria hilé palabras que crearon sentido
y la locura cedió paso a paso —palabra a palabra—
poema a poema
¿Habría leído mis pensamientos? …
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